Precisamente porque, como se señala en este libro (p. 18), la epigrafía es una “fuente de estudio fuertemente ligada al individuo” no han faltado en la tradición epigráfica de nuestro país ejemplares estudios reservados bien al mundo del trabajo y profesional, bien al análisis de profesiones individualizadas en él a través de su activa y notable presencia en la documentación epigráfica. Entroncándose con esa tradición y al abrigo de una de las escuelas de investigación que, en materia epigráfica –pero también arqueológica– más novedades está aportando en los últimos años (la que desde la Universidad de Cantabria dirigen Juan Manuel Iglesias y Alicia Ruiz –y a la que pertenecen trabajos como los de Carolina Cortés, Alberto Barrón, Alfredo Navarro–), ve ahora la luz, en la colección Heri auspiciada por el servicio editorial de dicha Universidad, un sensacional y completísimo volumen que, con la documentación epigráfica como punto de partida, está orientado a “contribuir a un mejor conocimiento de los hombres y mujeres que trabajaron en el ámbito de la salud en el mundo romano” (p. 17). Se procede, por tanto, al estudio de los médicos, que son analizados a partir del escrutinio de más de trescientas inscripciones, excelentemente presentadas en un muy meritorio y completísimo Anexo final (p. 210-288) –provisto también de índices epigráficos y temáticos– que todavía añade si cabe un mérito más al volumen al dotarlo de todos los requisitos de una completa publicación epigráfica.
El trabajo, extraordinariamente bien editado, con una bibliografía tan exhaustiva como equilibrada y una estructura clarísima, que luego pasaremos a comentar, lo firma la investigadora de la Universidad del País Vasco, pero formada en la escuela santanderina antes referida, Mª Ángeles Alonso, que era ya conocida por diversos trabajos relacionados bien con el tema de la Historia de la Medicina en época romana bien con otros en los que los métodos epigráfico y prosopográfico resultaban esenciales y que, por tanto, se incluían en el ámbito de la Historia Social de Roma. Efectivamente, como señala el prologuista del trabajo, Juan Santos Yanguas, “este libro constituye un aporte innovador al llenar un hueco existente en la investigación, dado que, hasta el momento, se carecía de un análisis de la documentación epigráfica relativa a profesionales de la salud en Roma e Italia durante la Antigüedad Romana” (p. 12). Huelga decir que las conclusiones del análisis del ars medica que se desarrolla en las páginas que aquí se juzgan no sólo supone un extraordinario acercamiento a la sociedad y a la vida cotidiana en Roma –dada la influencia omnipresente de la medicina en el día a día de Roma, como se muestra, especialmente, en la parte final del volumen, destinada al estudio de los “espacios profesionales del ars medica” (p. 139-197)– sino, también, un interesante aporte de conocimiento para quienes se dedican a la Historia de la Ciencia en general y de la Medicina en particular pues, en definitiva, el estudio de la medicina en Roma y las regiones Italiae es –como la autora señala con acierto en la Introducción– una excelente excusa desde la que analizar de qué modo la medicina surgida en Grecia fue adaptándose, progresivamente, al mundo romano y convirtiéndose, de hecho, “en una manifestación propia y representativa de la cultura romana” (p. 17).
Como indica Juan Santos, la estructura del trabajo es muy sencilla y éste constituye otro de los haberes de Los médicos en las inscripciones latinas de Italia dadas las complejas implicaciones que rodean a un tema como el escogido. Por una parte, tras una “Introducción” que, en realidad, es un alegato en favor de las posibilidades que la investigación epigráfica tiene para la caracterización de cualquier sector social de la Roma antigua (p. 17‑19) –y más si, como es el caso, los médicos constituyen la profesión más visible en los tituli del Occidente Latino (p. 19)–, tres son los grandes temas tratados por la autora. En primer lugar, las cuestiones estatutarias, identitarias e individuales, podríamos decir, de los medici en Roma (p. 23-82). En segundo lugar, el estudio de la medica professio en sí misma, al que se consagra un segundo bloque (p. 83‑197) por el que desfilan algunos de los rasgos tipológicos, y también jurídicos, de la profesión médica en la Roma antigua. Por último, y como prolongación de esa parte, el volumen alcanza un notable interés cuando, en la parte final (p. 139-197), Mª Ángeles Alonso realiza un concienzudo estudio de los ámbitos –imperial, administrativo, militar, cívico y doméstico– en que la Medicina fue difundiéndose, gracias a la excelente labor de difusión científica de sus propios facultativos (p. 21), en la cultura y la sociedad romanas. Todo ello, enmarcado en un ámbito cronológico que arranca en el siglo II a. C., momento de la primera mención epigráfica a un medicus –aunque se realiza, también, una cierta pre‑Historia de la Medicina en Roma en el primer bloque (p. 23‑29)– y termina en el siglo III d. C. en que, la regresión del “epigraphic habit” nos priva de más documentación sobre este sugerente colectivo profesional. En definitiva, el presente es un estudio articulado desde dos perspectivas: por una parte, el análisis de los médicos ad intra, analizando sus elementos característicos desde el punto de vista estrictamente personal e individual; por otra parte, el de aquéllos ad extra, analizando su actividad profesional, así como el ambiente en que la ejercieron y la relación que, en su ejercicio, mantuvieron con la sociedad de su tiempo.
Como la base del estudio es, como se ha dicho, esencialmente epigráfica, las conclusiones que se obtienen tienen un marcado alcance social y aportan interesantes matices respecto de este colectivo profesional en el mundo romano. Así, la autora llama la atención de la conexión helénica de muchos de los personajes que desempeñaron el ars medica, algo que, si bien podría deberse a la moda onomástica que caló entre individuos de estatuto servil y libertino en Roma (p. 29-30), encuentra refrendo en algunos epitafios bilingües en los que sus protagonistas emplean la lengua griega para destacar sus virtudes profesionales en un claro alarde de origo de carácter identitario (p. 32-37), como es el caso de L. Manneius Menecrates. De igual modo, y en relación a estas cuestiones más identitarias y sociales del colectivo, se subraya que, pese al predominio de cierto ambiente libertino en los entornos de extracción de estos facultativos, no faltan ciues Romani que ejercieron dicha profesión a juzgar por las iustae nuptiae que contrayeron, las cuales pueden inferirse en muchos de los epitafios privados que los documentan y que aquí son estudiados (p. 43-54). En esa primera parte que trata de caracterizar, también, la conexión de los médicos con la sociedad de su tiempo, la autora subraya, a partir de una notable habilidad para el análisis documental de naturaleza epigráfica, algunos rasgos que nos parece no deben pasarse por alto en la caracterización del colectivo enfrentado. A saber, la escasa relación de los medici fuera del ámbito familiar y profesional, si acaso, exclusivamente, con collegae o con otros medici de los que algunos ejercieron como educadores y maestros (p. 59-61); su escasa manifestación de pietas religiosa, apenas circunscrita, en Italia, a una escasa decena de tituli sacri en los que estos facultativos rinden mayoritariamente culto a Esculapio y a otras divinidades diversas, algunas conectadas, precisamente, con el usual ejercicio por parte de los médicos –tercer aporte en este sentido– de la Augustalidad (p. 72-82) o del patronazgo de collegia de naturaleza religiosa. Se trata ésta acaso de la única vía en la que los medici tuvieron una participación, siquiera relativa, en la vida municipal (p. 72), no con cargos cívicos propiamente dichos pero sí sirviendo en tareas con notable capacidad de creación de cohesión social.
Como se dijo más arriba, es en los dos últimos bloques, los consagrados al estudio de la medica professio y sus espacios de aplicación (p. 83-197), donde el lector menos versado en la cuestión de la Medicina antigua encontrará, acaso, más material útil y revelador. Así, la autora analiza y describe en detalle (p. 83‑114) los distintos tipos de médicos que se individualizan en las inscripciones (chirurgus, auricularius, clinicus, iatraliptes…), conectando, además, sus funciones y sus especialidades con la información emanada de las fuentes iconográficas y, también, de lo que conocemos del instrumental médico a partir de la documentación arqueológica (p. 89-114). En esa caracterización no falta una atención específica (p. 114-133) y muy meritoria a la mirada de género, individualizando el protagonismo de las obstetrices y las iatromeae –parteras y comadronas– en algunos de los epitafios estudiados y, especialmente, en su relación con ambientes aristocráticos y domésticos distinguidos (p. 115-131). A partir de ahí, el libro también detalla, echando mano como siempre de singulares ejemplos de la documentación epigráfica –como el de L. Iulius Philimus, que fue médico de Augusto y de Livia, o Apollinaris, médico del emperador Tito–, cuáles fueron los ámbitos en que los medici ejercieron su labor, desde la corte (p. 146) al complejo entramado de la administración imperial –ejemplificado, entre otros, en la figura de C. Iulius Eutychus, médico de la domus Palatina– con la presencia de facultativos que se ocupaban de la salud de quienes vivían en la domus del emperador pasando, por supuesto, por otros ámbitos extraordinariamente interesantes como el militar, el urbano o el doméstico. Respecto de la participación de los medici en el ejército, Mª Ángeles Alonso estudia la presencia de facultativos en los valetudinaria campamentales, pero, también, gracias a la permeabilidad de la documentación epigráfica para este tipo de servicios, detalla de qué modo trabajaban los médicos en las cohortes praetorianae y urbanae de Roma (p. 154-168). En el ámbito urbano, además, se detalla cómo a partir del siglo II d. C. proliferó un extraordinario interés cívico por organizar la cobertura sanitaria en colonias y municipios, propagándose los denominados medici salariarii que garantizaban servicio a cambio de un salario (p. 172-176) y que, acaso, pueden entenderse como una interpretatio de los archiatri citados en las fuentes griegas, que también son objeto de análisis y revisión (p. 176-181). En ese mismo ámbito, el recorrido por los “espacios profesionales del ars medica” culmina con una aproximación al que, probablemente, fue el contexto en el que más se movió la actividad médico-quirúrgica en Roma (p. 205): el doméstico. Así, aunque con una mirada mediatizada por los grandes monumenta aristocráticos –como el monumentum Liuiae– se detalla también la costumbre de determinadas familias del ordo senatorius de contar con facultativos en su servicio doméstico (p. 183‑192), sin dejar fuera del análisis, obviamente, las tabernae medicae (p. 193-198), esa suerte de consultas personales que pudieron regentar los médicos más pudientes (p. 205).
Completan el volumen unas bien seleccionadas fotografías que, pese a su carácter ilustrativo, enriquecen un título que, a buen seguro –y en parte por la virtud de la autora a la hora de hacer “historia total” trayendo a colación tanto información epigráfica como arqueológica e histórica de diverso signo, toda ella de extraordinaria utilidad– interesará no sólo a quienes disfruten de los buenos estudios de naturaleza epigráfica, sino a un público más general interesado en conocer un aspecto clave de la vida cotidiana en Roma, el de la Medicina.
Javier Andreu Pintado, Universidad de Navarra
Publié dans le fascicule 2 tome 121, 2019, p. 548-551